jueves, 16 de septiembre de 2010

Memorias villaclareñas de mis 13 años (Parte 1ª)

En el 1958, cuando apenas yo tenía 13 años, Santa Clara era para mí una gran ciudad. Había otras ciudades en Cuba, como La Habana y Santiago, pero Santa Clara era para mí lo máximo. Solo Trinidad se le acercaba en importancia. Fundada a finales del XVII, ya contaba con cien mil habitantes como capital de la otrora provincia de Las Villas justo en el centro geográfico del país, así como en el mismo centro de mi corazón.
Desde los inicios del siglo XX, nuestro parque se había establecido como un gran punto de reunión para todos por igual: ricos y pobres, clase media, de todas las razas y estratos sociales. El punto neurálgico de la ciudad era el Parque Vidal, una gran plaza arboleda con aire barroco que sufriría varias remodelaciones hasta terminar convertida en una gran explanada circular cual pista de patinaje. En el centro y a pesar de los cambios en el decorado (una vez miraba hacia el Instituto y otra vez hacia la Glorieta) estaba la estatua de la insigne Marta Abreu, esa gran benefactora local que desde su silla era testigo, generación tras generación, de los enamorados, las discusiones políticas, sociales y culturales y demás temas de la actualidad villaclareña…cuantos amoríos se iniciaron en esos predios, o se terminaron. Cuantos planes para el futuro y cuantas ilusiones se forjaron…
Eran famosas las peleas entre los miembros da las sociedades EL Gran Maceo y La Bella Unión, las de las de los alumnos del instituto y diferentes colegios, y que pasaron juntos con los cambios estructurales que sufría el parque. Cada vez que había cambios…había más cemento y menos tierra. Algo que cambio y fue algo que siempre quise y hasta llore cuando la quitaron fue la Pérgola. Una pérdida irreparable…como los 50 y picos de años de dictadura. Rodeada de unas jarras de buganvilias nos recreaba la vista, aunque no daba gran sombra. Entre esas plantas de delicadas hojas me enamore por primera vez de una chica vecina de mi tía. Al menos la Glorieta siempre se mantuvo. Desde allí me recuerdo de las retretas que ofrecía la Banda Municipal de Música los domingos a las 5pm y de vez en cuando un improvisado y furtivo mitin político que muchas veces acababa en corre-corre.
En torno al Parque Vidal, en un trazado típico colonial, comenzaban o terminaban una serie de importante calles de la ciudad, las calles Cuba y Colón, se convertían en las calles Máximo Gómez y Luis Estévez. Hacia el este Gloria y Buenviaje por un lado, Marta Abreu por otro, hacia el oeste. Frente a la estatua-fuente de El Niño de la Bota estaba el Callejón de Lorda, al costado del Teatro La Caridad, con el Café Recreo (y sus ricas empanadas), la estación de telegramas, la sede de los Boy Scouts y un taller de reparaciones de aparatos eléctricos del papa de Teresita. Famosas también por el gentío eran las piqueras de coches de alquiler, los famosos boteros que nos unían a los pueblos aledaños. Como complemento al Parque Vidal, había 3 cines (La Caridad, Villaclara y Cloris) y una serie de cafeterías y restaurantes y dulcerías. Siempre recuerdo a los señores que se sentaban, muchos de traje blanco, en unos enormes sillones de madera en el Liceo. Siempre soñé que algún día en mi vejez ocuparía uno de esos puesto de centinela de la sociedad villaclareña. Estaban también el Banco Nuñez y el Banco del Canada y varias tiendas, librerías y la rica confitería La Nueva Cubana. Todo un bullicio constante, un entra y sale de gente. Vendedores por doquier y entre ellos había uno en la esquina de Buenviaje, debajo de la CMHW, que recuerdo con mucho cariño….vendía raspadura y panales…verdadera delicia al paladar de un 13añero…
El perímetro del Parque Vidal también incluía los portales y columnas del Gobierno Provincial, antiguo palacio de Doña Marta Abreu, que luego lo dono a la provincia. Del otro lado estaba el Ayuntamiento. Habia también los Hoteles Central y Florida.
Lo más significativo del Parque Vidal era el edificio del Gran Hotel. Una torre cuadrada de varias tonalidades de verde con doce plantas de altura que se convirtió en símbolo de orgullo local por ser, en su momento el más alto del interior del país. Lo encargó Orfelio Ramos, uno de los empresarios más poderosos y emprendedores de nuestra ciudad y del pais, dueño también de las guaguas.
En el edificio, además del Hotel estaba el Cine Teatro Cloris. Me recuerdo con mucho cariño a su administrador Danilo, con quien tuve el gusto de compartir muchos momentos agradables en nuestro exilio en la hermana ciudad de Santo Domingo, Rep Dominicana. Este cine era uno de los más grandes y modernos y sus anuncios en la marquesina iluminada por bombillas intermitentes, ocupaban más de una docena de metros de acera, aún recuerdo los espectaculares anuncios de “El Puente sobre el río Kwai” para el que hicieron un puente real de caña brava y que sería destruido durante la batalla de Santa Clara. En los bajos del Hotel había un club nocturno llamado El Sótano y en el último piso del hotel había un bar. Desde la azotea se podía ver todos los entornos de nuestra pequeña-gran ciudad. En un día claro se veía hasta la misteriosa mole de Pelo Malo.
La Carretera Central penetraba por el oeste, pasando por el antiguo aeropuerto que estaba frente al Venecia. Me fascinaba ir a ver aterrizar y despegar a los DC3/C47 con sus largas alas y el monótono ronroneo de sus motores de pistón, los apodaban “albatros” se elevaban lenta-pero majestuosamente y siempre me quedaba mirándolos perderse en el horizonte. Pasando el stadium, donde una vez vi a mi ídolo “La Amenaza Roja” en un torneo de lucha libre, pasaba por La Ceibita y la esquina del taller de Chiquitín Carrandi y sus barcos y su Harley. Luego bajaba en una gran curva hasta que de uno de sus lados surgía el gran barrio del Condado, bordeando el río Bélico, ya para entonces de un caudal de todo tipo de basura. Pasaba por la Audiencia y la antigua Cárcel. Y el Paseo de la Paz, donde había una escuela en la que mi Tía Maruja daba clases. Allí tenían lugar los vistosos desfiles de Carnaval con un número de carrozas y comparsas que llegó a competir con los de otras grandes ciudades, entonces el Paseo de la Paz se llenaba de automóviles convertibles decorados y llenos de bellezas femeninas que exhibían sus mejores galas. Alegría y diversión…memorias de una época ya pasada. Carnavales para todos, con todos y para el bien de todos. Coloridas y rítmicas comparsas…confeti y serpentinas.

1 comentario:

  1. Había un cuarto cine, bastante malito, pero cine, el Martí, creo que por Marta Abreu, o Tristá, llegando a la carretera central.

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