miércoles, 1 de diciembre de 2010

Memorias villaclareñas de mis 13 años (Parte 2ª)

Las tradiciones y herencias religiosas estaban muy arraigadas en la sociedad y en la estructura urbana de Santa Clara. La Catedral nos recordaba al gótico y estaba algo inspirada en Reims y Colonia, incluyendo rosetón y gárgolas. Era la más importante de la ciudad, pero no era la más bonita, ni tampoco era mi favorita. Pero mi favorita siempre era, es y será la Iglesia del Carmen que estaba en una loma y en un parque del mismo nombre. Al lado del Monumento a los Remedianos que fundaron nuestra querida villa. Era la más antigua, modesta, acogedora, entrañable, clara, luminosa, invitaba al recogimiento y a la oración. Te sentías como en tu casa. Fiel al estilo colonial con sus muros de cal blanca, parecía una iglesia de pueblo. Dentro, además de venerarse a la Virgen del Carmen se adoraba al Niño Jesús de Praga. Siempre se caracterizó por ser la más bella por dentro que por fuera. Se podía ir con tus inquietudes y salir renovado por la santidad y paz que allí irradiaba. Allí fui bautizado y eso me hace “pilongo.” Su cura párroco por excelencia era el Padre Vandor, de la orden de los Salesianos, refugiado de la Hungría en el Danubio, de aquella Hungría que valerosamente se alzo en armas en contra de las huestes vándalas de la otrora Unión Soviética.
Los otros templos relevantes eran, la iglesia de La Pastora, sin duda la más popular, que tenía hermosos ingredientes del barroco y cuyo remate en el pórtico de entrada era una cruz de hierro sobre una enorme calabaza, estaba situada en un parque de la calle Cuba y en realidad no era una calabaza. Cuenta la leyenda que los curas quisieron representar al globo terráqueo con todo y sus continentes. Parece que la pintura, o no era muy buena, o no le dieron un buen tiempo a secar y cuando cayó el primer buen aguacero, toda esta pintura se corrió y desde abajo daba la impresión de ser una calabaza. Aparte de ese detalle, era una iglesia muy bonita y acogedora. Los curas eran de la orden de los Franciscanos Capuchinos.
La iglesia del Buen Viaje en la Calle Unión frente al inmenso colegio rosa de los Maristas era la más concurrida y la que más visité de niño con mi madre ya que vivíamos al frente y al lado del colegio. Calle unión esquina a Gloria. Tenía una construcción muy sólida en piedra de tonos grises y un campanario que competía en altura con el de la Catedral. Me recuerdo con mucho cariño del Padre Manuel de la orden de los Padres Pasionistas. Por una coincidencia del destino, la primera cara que vi cuando aterrizamos en el Aeropuerto de Barajas de Madrid…cuando comenzamos nuestra vida de exiliados políticos por no estar de acuerdo con el orden (desorden?) imperante en nuestra querida Patria.
Las firmas comerciales importantes tenían sus tiendas en la calle Independencia y sus alrededores, allí estaba encabezando la lista El Encanto, con todo y su lujo, donde alguien dijo que solo respirar el aire acondicionado costaba dinero. Tenía preciosas empleadas vestidas de blanco y adornadas con pañuelos de seda, jóvenes bellas y amables. Creo que me enamoraba de una de ellas por semana.
En esa zona estaban también los imperios textiles de Fin de Siglo, El Bazar Inglés, La Filosofía, Flogar y La Moda, en ellos mi madre buscaba y rebuscaba ofertas. Mis favoritos eran el Tencén (Woolworth) y Sears que eran las grandes tiendas americanas de moda. En el Tencen estaba mi punto de placer…la fuente de Soda, con los sándwiches de ensalada de huevo y los fabulosos club sándwiches, acompañados por Coca Cola o té helado.
Me recuerdo de la esquina de la Independencia y Luis Estévez con la enorme Farmacia Campa con sus estantes hasta el techo lleno de tarros de porcelana dibujados con filigranas y dibujos relacionados con la botánica y diferentes medicinales.
El horrible (a decir verdad) edificio del Plaza del Mercado que ocupaba una manzana completa rodeado de tenderetes con fritas, ostiones, minutas de pescado, tamales, dulce de coco, cremitas de leche y pulpas de tamarindo cuyo aroma se mezclaba con el de los vegetales, viandas, las frutas maduras y el segundo piso con sus carnicerías, pollerías y pescaderías. Mis favoritas….las fritas…grasosas…pero sabrosas. Todavía recuerdo a Meleno…rondando a ver que se le “pegaba.” Cuando la batalla de Santa Clara, por estar metido en el medio, fue herido creo que en una pierna y los chicos de la Cruz Roja lo taparon con una sabana…en medio de gritos exclamo: “Estoy loco, estoy herido…no me tapen, que no estoy muerto.”
Varias rutas de guaguas cubrían la ciudad y todas pasaban por el Parque Vidal, una de las paradas clave estaba en los bajos del Gran Hotel. El tráfico era muy fluído y circulaban entre los automóviles, coches de caballos de estilo colonial que formaban parte de la tradición local, recuerdo verles esperando clientela al costado del Teatro La Caridad y en el callejón detrás de la Colonia Español a, donde había un bar gay que se llamaba “El Frio.” Me imagino que por el aire acondicionado. Entre estos cocheros estaba “Bolero” el cochero favorito de mi tía Olga Velasco.
Entre los cines estaba el Cloris que era el mayor y donde se estrenaban las películas más importantes, le seguía en importancia el Silva de la calle Independencia, al que acudía un público que disfrutaba de la cafetería anexa el cine. El Villaclara, escondido en los portales de una esquina del Parque Vidal era el paraíso del cine mexicano de la época y de las películas de guerra, era el más ruidoso y populachero y sus matinés eran muy concurridas, famoso por pegársete los zapatos a la cuantiosa cantidad de chiclet que nunca limpiaban. El de Caridad por su parte, además de ofrecer espectáculos teatrales de vez en cuando y películas, ofrecía tanda sabatina por la puertecita de al lado películas “atrevidas” y generalmente no aptas para menores, estas se comentaban durante semanas en los recreos del colegio. Por último estaba el teatro Martí a la orilla del río que era el más pobre de programación y el peor, se decía que el grueso del público era vulgar y chusma y que por sus sesiones abundaban los carteristas, prostitutas, parejas promiscuas y buscadores de sexo, una bomba caería sobre él durante la revolución reduciéndole a cenizas para alegría de mi abuela y de mi madre.
No quiero terminar sin hacer mención de La Cremelada, calle San Miguel casi esquina con Colon. Siempre que íbamos al cine o salíamos de visita, Papa y Mama hacían una parada obligatoria. Todavía se me hace la boca agua de pensar en aquellos “platillos voladores” muy populares en su época, rellenos de queso crema, jamón y mermelada de fresa.
Vi a Santa Clara por última vez en el verano del 1961, hice un recorrido de varias horas pues quería grabar en mi mente lo más posible, marche a La Habana y después salí escondido en el closet de los pilotos de una avión de la Iberia, piloto amigo de Papi, que me dejo salir para poder ver una maravillosa vista del Malecón casi al atardecer…las luces de La Habana me dijeron adiós…un adiós que nunca he aceptado como tal…un hasta luego, hasta que nos veamos de nuevo…